No. No he
muerto. El verano pasa factura, y la verdad, he estado descansando y cargando
pilas para el curso más estresante de la carrera… el último.
A pesar de eso, no hay nada mejor que mi vida
y las cosas tan interesantes que me pasan para inspirarme, y bueno, tengo un
relatito nuevo para vosotros.
El concurso de
relatos no lo gané, ni quedé entre las finalistas pero como buena perdedora leí
el ganador… la verdad, el mío estaba mejor. Yo al menos no lo entendí y no me
gusto. De hecho si ese es el ganador ni me he molestado en leer los finalistas.
Como siempre
es mi opinión.
Si queréis comprobarlo
meteros en este enlace y así me comentáis que os ha parecido.
Nuevo relato.
Inspiración: Odiar que la gente mienta.
Disfrutadlo.
Hojas al
viento
Antes
importaba. Importaba muchísimo. De hecho, eso me hacía llevar una gran carga,
la de no fallar.
Pero me
encantaba. Yo aparecía y todo el mundo escuchaba, expectante. Esperaban que con
mi presencia las cosas cambiaran, que sus vidas, su visión de las cosas, dieran
un giro.
Así era yo de
relevante para el mundo.
Tenía la
cualidad de cambiar vidas.
Era
maravilloso.
Durante años
he sido la compañera perfecta de pensadores, filósofos… personas que cuando
hablaban marcaban. Y juntos dejábamos huella.
Pero todo ha
cambiado. Drásticamente. Ahora no soy nada.
El viento me
lleva como una hoja. Impotente me seco, me pisan, me barren… no me valoran.
La gente
miente y eso me envenena.
Y eso me ha
ido matando poco a poco hasta destruirme.
Antes mi presencia llenaba, ahora decepciono,
fallo. Y lo odio.
Es tarde para
lo que se atreven a utilizarme con sinceridad. Nadie les creerá.
Y me alegro,
sinceramente, me alegro. No es bueno confiar en mí. Ahora no.
Sólo los ilusos
lo hacen. Y para mi sorpresa, hay muchísimas personas que todavía creen que cuando acuden a mí es para ser sinceros.
Incluso un “me
importas” tan puro puede estar contaminado de falsedad.
Mi opinión, si
no es verdad no mancilles unas palabras que para algunos son tan importantes y
significan tanto.
Sí… soy las
palabras, antes cargadas de sentimientos, de buenas intenciones… ahora sin
equipaje. Y eso me hace sentir vacía.
Pero… un
momento. ¡Veo algo a los lejos! ¡Se acerca desde el horizonte!
No sé cómo
pero sé que es mi última esperanza.
-
Llego para ayudarte – me transmite lo imposible.
-
Y yo llevo esperándote décadas – lo miro – ahora
que te veo lo sé.
-
Sé que has sufrido – sus ojos parecen sentir mi
dolor. Eso me calma, me fortalece.
-
Ahora podré volver a ser lo que fui – lágrimas acuden
a mis ojos, caen por mis mejillas. Él las acaricia. Mi corazón se derrite.
-
No sólo lo que fuiste, ahora serás mejor – me sonríe
como s nada malo fuera a pasar – lo sé.
Su
seguridad destruye mis miedos. Siento como si nunca hubieran estado aquí,
dentro de mí.
-
Siento como si me completases. Cómo si hubiera
estado vacía hasta ahora.
-
Y no te equivocas. Nos completamos. Nos llenamos.
-
¿Cómo puedo ser tan importante para ti?
-
El ser humano no está satisfecho con demostrar
sus sentimientos. Siempre tiene la necesidad de decirlo.
-
¿Me necesitan?
-
Total y absolutamente. Nunca lo dudes. No hay
nada más bello que asegurar con palabas lo que uno cree saber. El misterio es
bonito, pero la certeza de saber es mucho más increíble.
-
Entonces… ¿quién eres? – lo cojo de la mano – no
sé por qué pero no quiero perderte – un mano me oprime el pecho solo de
pensarlo – ahora no – ruego.
-
Nunca me iré. Lo actos no son nada sin las
palabras – me confiesa.
-
Y las palabras no son nada si no se demuestran
con actos - convine.
Nos miramos a
los ojos.
Ahora sí,
ahora volveremos a ser importantes. La gente se dará cuenta de que utilizarnos
por serado es falso.
Ahora el mundo
será un lugar mejor.
Juntos, volveremos
a cambiar vidas.
Te
quiero Actos.
Siempre
tuya.
Las
Palabras.
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